Corazón en
blanco
6
- ¿Pero tienes algo? Dime sólo eso para estar más tranquilo…
- Antonio…
tengo trozos de algo, que es como no tener nada. Y no consigo encajarlos. Ando
muy perdido. – Hubo una pausa tras la cual, Antonio hablo de nuevo.
- ¡Céntrate,
amigo! – Julián se sintió abrazado por el tono de aquellas palabras.
- Cuenta con
ello. Hasta pronto, Antonio.
- Eso espero.
Lo sabes.
- Gracias. – Julián colgó el teléfono muy despacio.
Encendió un cigarrillo y abrió el portafolios. Vació su contenido y
contemplando el motón de papeles desparramado sobre la mesa, resopló sin mucho
convencimiento.
- A ver qué
hacemos con todo esto…
Estuvo haciendo
correcciones y más correcciones en todos aquellos apuntes, removiendo papeles
de un lado para otro, durante una hora. Como siempre, terminó hastiado. Lo
reunió todo y volvió a guardarlo. Lo volvió a dejar para el día siguiente.
Ahora lo único que quería era acostarse y reponerse con el alivio de un buen
sueño.
Una vez se puso
el pijama en su dormitorio, sacó una vieja manta del armario. La colocó con
esmero al pie de la cama evitando que quedaran arrugas, y con un gesto, invitó
al perrillo a tumbarse en ella.
- Aquí estarás
bien. ¿Te gusta? – le preguntó acariciándole el lomo. Y sí que le gustó. Por lo menos la forma en que
se enroscó obediente en la manta, indicaba que se sentía de lo más cómodo.
Pegando el hociquillo a la manta, suspiró profundamente. Parecía que sabía que ese era el final del
día y que tocaba descansar.
- Oye, no me
vayas a hacer una faena por algún rincón de la casa, ¿eh? – Dijo Julián
sonriendo – No me quiero arrepentir de dejarte dormir aquí conmigo. En la
cocina hace demasiado frío y no me seduce la idea de dejarte dormir allí.
Pórtate bien. ¿De acuerdo?
El perrillo
pareció responder moviendo la cola. Julián se acostó y desde el borde de la
cama, miró unos segundos al animal que respiraba tranquilo. Aquella imagen del
animal ya durmiéndose le confortó. Apagó la luz de la mesilla y antes de que se
diera cuenta, ya estaba profundamente dormido.
Convendría
ahora tal vez saber cuales eran las razones que tenía Antonio para ser tan
condescendiente con Julián…
Habían sido
compañeros de Universidad. Ambos tuvieron inclinación por las Letras y, aunque
Antonio intentó hacer algo en el sentido de escribir, no tardó en darse cuenta
de que lo suyo no iba por ese camino. Pasado un tiempo y acabada la carrera,
decidió dedicarse a ello pero desde un punto de vista más empresarial. Se hizo
editor. En principio, y al menos para ir
introduciéndose en aquél mundillo, no faltaron las ocasiones en que lo
hizo de forma totalmente altruista. Ello, además de que no había dejado de ser
una constante en su vida, con el tiempo no le reportó no pocas satisfacciones.
Le gustaba ayudar a los que se iniciaban, y que según su criterio, merecían
tener mejor suerte.
Por eso, cuando
alguno de esos escritores noveles a los que él había ayudado a iniciar su
andadura, cosechaba algún que otro premio o galardón en algún concurso
literario de los muchos que hay, no cabía en sí de satisfacción.
Julián sin
embargo, aunque no se dedicó a escribir, digamos que de una forma profesional,
nunca le perdió el gusto a intentarlo. Esporádicamente vio publicados algunos
artículos suyos en revistas especializadas. A veces escribía artículos de
opinión que siempre eran muy bien recibidos por las publicaciones que se ponían
en contacto con él.
Alguna vez que
otra, se había atrevido con alguna pequeña novela que, tras haberla presentado
a alguno que otro concurso, terminaba publicándola a costa de su propio
bolsillo. Pero no pasaba de vender unos pocos ejemplares y regalando el resto a
amistades y conocidos.
José C. Ojeda -
El Viejo Capitán
No hay comentarios:
Publicar un comentario