Corazón en
blanco
3
Con semejante forma de mirar, a Julián le dio la impresión de que de alguna forma, el perrillo le estaba hablando. Hubiera podido jurar que así era. Aquella mirada despierta, vivaz… ¿Qué le decía aquella mirada?, se preguntaba Julián.
Con resolución
se levantó y se acercó a la barra a pagar la consumición. A toda prisa, con el
portafolios bajo el brazo y permitiéndose el lujo de no recoger el cambio,
subió las escaleras para salir a la calle.
- ¿Y a este qué mosca le habrá picado ahora? –
pregunto en voz alta uno de los camareros.
- ¡Y yo qué
sé…! – exclamó el que atendía las mesas con desgana.
Nada más salir,
vio que el perrillo continuaba allí. Mirándole con interés. Según se fue
acercando a él, el animalito se puso de pie. levantó una de las patas delanteras como si saludara y sacudió la cola con brío.
“Bueno, creo
que sé lo que pasará – pensó Julián -. Ahora me acercaré un poco más y saldrá
corriendo.”
Apenas estaba a
medio metro del animal y no pareció que esto fuera a suceder. Lo hizo muy
despacio y, lejos de emprender la huida, el animal se había sentado de nuevo,
mientras no dejaba de mirarle. Los movimientos de la cola eran ahora más
nerviosos.
Julián se
acercó un poco más y se agachó para ponerse a su altura. El animalillo agachó
la cabeza muy sumiso recibiendo las primeras caricias en la cabeza. Lamió un
par de veces la mano de Julián, que se fijó en que no llevaba collar.
Aparentemente se le veía muy sano. Y limpio a no ser por lo embarradas que
llevaba las patas. ¡Sabía Dios la cantidad de charcos por los que habría
cruzado hasta llegar allí! Parecía muy dócil y cariñoso.
- ¡Hey!
Jajajaja… ¿Sabes? Pareces "buena gente”. El comentario era aparentemente
absurdo, pero Julián se dejó llevar por la simpatía que le había despertado el
perrillo - ¿Te quieres venir conmigo?
El perrillo
agitó la cola más nervioso aún. Parecía que entendiera las palabras de Julián.
Pensando todavía que el hacer el intento de ir a cogerle saldría corriendo,
introdujo el portafolios en la pechera de su viejo abrigo y extendió las manos
para tomar con cuidado al animal que se dejó coger dócilmente.
Julián lo
apretó contra su pecho y le acarició el lomo. El animal se dejó hacer.
- ¡Vamos a
casa! – dijo con decisión. El perrillo se cobijó aún más en sus brazos sin
oponer resistencia alguna.
Caminó unas
cuantas manzanas y un cuarto de hora después,
ya de noche cerrada desde hacía rato, llegaron al piso. Agradecidos de
que por lo menos durante ese rato no les lloviera.
Subieron un
piso por las escaleras sin cruzarse con ningún vecino. Frotó con fuerza los
pies en el felpudo y abrió la puerta. Todo ello sin soltar un momento al
perrillo de su regazo.
Nada más abrir
la puerta, vio en el suelo un sobre amarillo. Intrigado, se agachó a tomarlo
con una mano. Lo giró, pero no vio datos del remitente. Pasó a la cocina y sin
mucho interés dejó el sobre encima de la mesa. Toda su atención se centraba
ahora en el perro. Lo dejó en el suelo y, sin quitarse el abrigo se sacó el
portafolios y lo puso en la mesa al lado del sobre. A continuación abrió la
nevera y tomó el brick de leche. Sacó un cuenco de un armario y puso una
generosa cantidad en él.
José C. Ojeda -
El Viejo Capitán
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