sábado, 27 de septiembre de 2014

Corazón en blanco 6



Corazón en blanco
6

- ¿Pero tienes algo? Dime sólo eso para estar más tranquilo…

- Antonio… tengo trozos de algo, que es como no tener nada. Y no consigo encajarlos. Ando muy perdido. – Hubo una pausa tras la cual, Antonio hablo de nuevo.

- ¡Céntrate, amigo! – Julián se sintió abrazado por el tono de aquellas palabras.

- Cuenta con ello. Hasta pronto, Antonio.

- Eso espero. Lo sabes.

- Gracias.  – Julián colgó el teléfono muy despacio. Encendió un cigarrillo y abrió el portafolios. Vació su contenido y contemplando el motón de papeles desparramado sobre la mesa, resopló sin mucho convencimiento.

- A ver qué hacemos con todo esto…

Estuvo haciendo correcciones y más correcciones en todos aquellos apuntes, removiendo papeles de un lado para otro, durante una hora. Como siempre, terminó hastiado. Lo reunió todo y volvió a guardarlo. Lo volvió a dejar para el día siguiente. Ahora lo único que quería era acostarse y reponerse con el alivio de un buen sueño.

Una vez se puso el pijama en su dormitorio, sacó una vieja manta del armario. La colocó con esmero al pie de la cama evitando que quedaran arrugas, y con un gesto, invitó al perrillo a tumbarse en ella.

- Aquí estarás bien. ¿Te gusta? – le preguntó acariciándole el lomo. Y  sí que le gustó. Por lo menos la forma en que se enroscó obediente en la manta, indicaba que se sentía de lo más cómodo. Pegando el hociquillo a la manta, suspiró profundamente.  Parecía que sabía que ese era el final del día y que tocaba descansar.

- Oye, no me vayas a hacer una faena por algún rincón de la casa, ¿eh? – Dijo Julián sonriendo – No me quiero arrepentir de dejarte dormir aquí conmigo. En la cocina hace demasiado frío y no me seduce la idea de dejarte dormir allí. Pórtate bien. ¿De acuerdo?

El perrillo pareció responder moviendo la cola. Julián se acostó y desde el borde de la cama, miró unos segundos al animal que respiraba tranquilo. Aquella imagen del animal ya durmiéndose le confortó. Apagó la luz de la mesilla y antes de que se diera cuenta, ya estaba profundamente dormido.

Convendría ahora tal vez saber cuales eran las razones que tenía Antonio para ser tan condescendiente con Julián…

Habían sido compañeros de Universidad. Ambos tuvieron inclinación por las Letras y, aunque Antonio intentó hacer algo en el sentido de escribir, no tardó en darse cuenta de que lo suyo no iba por ese camino. Pasado un tiempo y acabada la carrera, decidió dedicarse a ello pero desde un punto de vista más empresarial. Se hizo editor. En principio, y al menos para ir  introduciéndose en aquél mundillo, no faltaron las ocasiones en que lo hizo de forma totalmente altruista. Ello, además de que no había dejado de ser una constante en su vida, con el tiempo no le reportó no pocas satisfacciones. Le gustaba ayudar a los que se iniciaban, y que según su criterio, merecían tener mejor suerte.

Por eso, cuando alguno de esos escritores noveles a los que él había ayudado a iniciar su andadura, cosechaba algún que otro premio o galardón en algún concurso literario de los muchos que hay, no cabía en sí de satisfacción.

Julián sin embargo, aunque no se dedicó a escribir, digamos que de una forma profesional, nunca le perdió el gusto a intentarlo. Esporádicamente vio publicados algunos artículos suyos en revistas especializadas. A veces escribía artículos de opinión que siempre eran muy bien recibidos por las publicaciones que se ponían en contacto con él.

Alguna vez que otra, se había atrevido con alguna pequeña novela que, tras haberla presentado a alguno que otro concurso, terminaba publicándola a costa de su propio bolsillo. Pero no pasaba de vender unos pocos ejemplares y regalando el resto a amistades y conocidos.





José C. Ojeda - El Viejo Capitán



jueves, 11 de septiembre de 2014

Corazón en blanco 5



Corazón en blanco
5

Julián  se quedó pensativo mirando el teléfono. “¿Qué hago?” – Pensó – “¿Le llamo o no le llamo?” – Miró fugazmente el reloj de pared y se decidió – “Haré lo que debo hacer”.
Tomó le teléfono y marcó el número que tan bien se sabía de memoria. Antonio no tardó en responder.
- Hola Antonio, soy Julián.
- ¡Vaya! ¡El desaparecido! Esta tarde…
- Sí, ya lo sé., estuviste aquí. Por eso te llamo. ¿Es demasiado tarde tal vez? Querías que te llamara mañana, pero he preferido hacerlo cuanto antes. Pero si prefieres que…
- ¡No, no, no…! Sabes que siempre me acuesto tarde. No hay problema.
- Perfecto.
- Bueno, cuéntame. Hace más de una semana que no sé de ti. ¿Cómo te va?
La relación de amistad que había entre ellos dos, a parte de la estrictamente profesional, hacía que Julián supiera que ese “¿Cómo estás?” fuera más sincero de lo que pudiera parecer. Antonio quería saber cómo le iba de verdad. Otra cosa es que tuviera que ser tajante a la hora de actuar en lo que se refería a los anticipos. Pero esto era porque detrás de él había un grupo de socios presionando con los que no podía hacer otra cosa que respetar también su criterio comercial.
- Sigo igual, Antonio…
- Bueno hombre, ¿pero por qué no me llamas aunque sea de vez en cuando? Sólo para saber de ti, caramba… - Se hizo un pequeño silencio en el que Antonio estuvo tentado de preguntar por Teresa, la ex mujer de Julián, pero no venía a cuento hacerlo. No tenía sentido. Desistió de hacerlo porque a nada conduciría.
- Antonio, sabes que si no te llamo es porque no tengo nada que contar. Se excusó Julián.
- Lo sé… Pero… no me falles. Por lo que más quieras. Céntrate, haz el favor.
- Lo intento, Antonio, pero está todo muy reciente y la cabeza no me da para nada.
- No puedes seguir así, Julián. Deberías hacer algo.
- Lo intento, Antonio, cada día lo intento… De verdad…
- Ya, pero la fuente sigue seca, ¿no?
- Sí, eso parece…
- Oye… - dijo Antonio tras una pausa. Y Julián sabía lo que su amigo le iba a decir. - ¿Necesitas algo?
- No Antonio.
- Mira, sabes que personalmente te puedo ayudar sin necesidad de que esta gente se entere. – Se refería a los socios. – No tienes más que decírmelo
- No se trata de eso, Antonio. Lo sabes. De verdad que no. Gracias.
- Tú entiendes que de cara a ellos, tenga que tomar ciertas decisiones, ¿verdad?
- ¡Claro, Antonio! Siempre lo he sabido. No te preocupes
- Me presionan constantemente y yo… tengo que responderles.
- Lo sé…
- Pero eso no significa que en lo personal tenga nada contra ti. Puedo prestarte algo sin necesidad de que lo sepan. Si eso te quita de preocupaciones, sabes que…
- No, Antonio, no quiero que lo hagas. Saldré de esto. No quiero que te comprometas más de lo debido.
- ¿No has pensado en ver a alguien? Ya me entiendes.
- No Antonio, no necesito eso. Lo que me pasa es cosa mía…
Antonio se refería a que Julián acudiera a la ayuda de un psicólogo. No era la primera vez que se lo sugería.
- Nunca viene de más intentarlo. ¿Por qué no lo piensas?
- Está pensado, Antonio. Es cuestión de tiempo.
- Ya, pero el tiempo no nos sobra. Estamos prácticamente parados y el mercado no responde muy bien a eso. Mira, no lo sabes, pero esta última semana hemos tenido que rescindir el contrato a otros dos escritores.
- ¿Dos? – preguntó Julián alarmado.
- Sí, había bajado mucho la calidad de sus productos y las ventas no funcionaban.
- Y yo soy el siguiente… ¿verdad?
- No Julián, sabes que contigo estoy a muerte. Siempre has sido para mí la piedra angular de todo esto. Pero puede llegar un momento en que ya no pueda contener más a mis socios. Saben como tú, que precisamente es por ti que los tengo. Siempre has vendido muy bien. Lo sabes.
- No sé…
- ¡Tonterías! ¡Sí que lo sabes! Siempre has vendido bien hasta que… - Pero no quiso decirlo. Corrigió a tiempo: - Por favor, haz algo. No me falles.
- Dame un par de semanas, Antonio… Yo te llamaré.
- ¿Ves? Eso ya es algo. Es la primera vez que me hablas de un plazo de tiempo. ¿Te das cuenta? Te llamo yo. ¿Quieres que nos veamos mañana?
- No puedo, Antonio. – Dijo Julián mirando al perrillo que se había quedado dormido – Mañana tengo cosas que hacer. Sólo dame un par de semanas.


José C. Ojeda -